Luis Mesina
Secretario General de
En el mundo entero millones de trabajadores encuentran serias dificultades para enfrentar su futuro. Por todas partes se anuncia el cierre de fábricas, industrias y servicios, multiplicándose las noticias de despidos. Millones de jubilados apenas sobreviven con sus exiguas pensiones, y los trabajadores, que han logrado acumular fruto de su esfuerzo, algún ahorro previsional, observan atónitos ante la indiferencia de los gobiernos, como éstos se esfuman a causa de la especulación financiera.
Sin embargo, la actitud de los gobiernos -desde la derecha hasta los llamados de izquierda- , no es la misma ante los dueños del capital, ante éstos corren para auxiliar con recursos públicos al sistema financiero mundial, cuyas instituciones son claramente indignas de confianza y de transparencia. En efecto, la responsabilidad de la crisis mundial, como consecuencia de la especulación, no debe entenderse como un componente de la codicia, sino que, forma parte de la naturaleza misma del sistema capitalista. Éste requiere mantener la tasa de ganancia y si el capital no es capaz de generar riqueza en la producción de mercancías, va a buscar todos los medios indirectos para valorizarse. Esos medios -la especulación bursátil, la economía de armamento, la droga, la prostitución, etc.- nada pueden resolver por ellos mismos. En cada etapa, el capital choca con la realidad: hay demasiados trabajadores. Demasiados en el marco del régimen social basado en la propiedad privada de los medios de producción; régimen que entre otras grandes fatalidades, concentra la riqueza, sistematiza la violencia contra las personas, destruye el medio ambiente y, lo más grave, conduce a la especie humana a la barbarie.
Bajo este régimen, el desarrollo de las fuerzas productivas, llega a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de circulación que no pueden sino ser nefastos en el marco de las relaciones existentes y ya no son fuerzas productivas, sino fuerzas destructivas (el maquinismo y el dinero).[1]
En el siglo XIX el capitalismo se desarrolló y fue capaz de superar esta situación de crisis mediante la extensión y el crecimiento de los mercados. A comienzos del Siglo XX, el capitalismo alcanzó otra fase. La fusión del capital bancario y del capital industrial, bajo los auspicios del capital bancario formó, lo que hoy denominamos "capital financiero". Este capital financiero espera que la inversión dé ganancias iguales en todos los campos. La dominación del capital financiero trajo consigo el desarrollo de fuerzas destructivas del capital. Es la época de las guerras, de las hambrunas, de la barbarie, de la destrucción generalizada. El crecimiento de los gastos militares mundiales explica esta situación.
¿Y "el dinero que brota sin cesar", que Marx designa como la otra gran "fuerza destructiva"? Es un hecho de la causa que en los últimos decenios se han sucedido burbujas especulativas. La masa de miles de millones de capitales que busca invertirse a toda costa, tiende a transformarse en bloque en una fuerza destructiva de las fuerzas de producción. En su forma más visible, es la fuerza destructiva del propio capital excedente: las destrucciones de valor en los mercados bursátiles, las reducciones brutales de inversión, la desindustrialización, el cierre de fábricas en todos los sectores clave de la economía mundial
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Pero, la destrucción masiva de fuerzas productivas conlleva siempre la destrucción en masa de la principal fuerza productiva: los trabajadores. Lo que da a nuestra época un carácter extremadamente antihumano es que, por una necesidad casi mecánica, el capital sólo puede sobrevivir destruyendo sectores inmensos de trabajadores, los que a su vez son los que reportan la base de la ganancia (plusvalía). Y lo hace de diversas formas, con la destrucción del valor de la fuerza de trabajo, lo que exige disolver los regímenes de pensiones y apoderarse de los millonarios ahorros de los trabajadores; la destrucción de la seguridad social, los servicios públicos, los convenios colectivos y, en esta nueva etapa, con la incorporación cada vez mayor de sindicatos a la política corporativa de los empresarios que debe jugar el rol de desmantelamiento y traición a los trabajadores.
En la actualidad estamos conminados en todo el planeta a dotarnos de una dirección política. El rasgo predominante de la situación mundial y nacional es que falta quien tome en sus manos la conducción del movimiento de masas y lo conduzca hacia una nueva época. Hacia el comienzo de una nueva fase de la historia de la humanidad, pues hoy, el capitalismo tiene amenazadas las bases mismas de la civilización humana.
Una nueva sociedad, con mayor justicia e igualdad para quienes hacen posible la riqueza, sólo puede concebirse fuera de los límites del actual sistema capitalista.
Ello nos plantea, ya no sólo superar los estrechos parámetros que el sistema impone, es necesario reivindicar desde nuestras posiciones la lucha por el socialismo, única forma de entregar a las mayorías explotadas de nuestro país una alternativa real de solución a sus problemas. Las propuestas electoralistas en el marco del actual sistema nada resolverán, son la perpetuación del modelo de explotación y saqueo, y la lucha contra esas falsas ilusiones se convierten en una tarea para quienes de verdad aspiran a transformar la sociedad.
Sólo quienes desde el trabajo hacen posible la riqueza, tienen autoridad para reformular un nuevo mundo. La inmoralidad del sistema financiero mundial que arroja a millones de seres humanos a la miseria, es condición suficiente para levantarnos y redoblar nuestros compromisos de lucha por los trabajadores y por un sistema social fundado en la igualdad: el socialismo.
[1] Karl Marx, La ideología alemana
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